Pareja y mirada

Uno de los mayores sufrimientos que tenemos es la no aceptación de las cosas, y muy a menudo, de las personas, y con más frecuencia y dolor, de nuestras parejas.

Queremos que el otro se ajuste a nuestras necesidades, que esté presente como yo quiero que esté, y que satisfaga todos nuestros deseos. A veces nos posicionamos con un rol de niño/a insatisfecho/a que proyecta en el otro la búsqueda de un progenitor incondicional. En otras ocasiones, creemos que una labor a bien para el mundo es enseñarle al otro el camino correcto que nosotros, grandes sabios, ya hemos conocido. Y de lo que no nos damos cuenta es de que el otro es un ser igual a mí, y libre de mí.

Hay personas que se pasan la vida empujando una pared, creyendo que en algún momento se moverá, que lo lograrán, que «serán felices y comerán perdices», y así perdura y se perpetúa la dinámica de pareja en la que están atrapados. El otro huye, se enfada, se rebela, y simplemente, no cambia.

El cambio real es individual, desde dentro, cuando uno quiere, cuando uno está preparado, cuando uno quiere tener otra posición en su propia vida. El otro te puede acompañar, tener caminos paralelos o no, y así mismo, yo puedo decidir si quiero o no acompañar al otro en lo suyo. La relación también se transforma a su vez, también crece continuamente.

Invito a mirarse a uno mismo. Invito a mirar al otro. Por entero, en su plenitud. Con todo. Y si decido seguir el camino juntos, disfrutarlo. Tal y como es, todo está bien.